El Patrullero de la Policía Nacional, Ricardo Guzmán Cárdenas, sigue mostrando su solidaridad con los más necesitados en el municipio de Arjona, Bolívar, a donde llegó con el firme deseo de servir.
Sus buenas acciones junto a su equipo de trabajo ya son conocidas en aquella población del norte del departamento donde es considerado una especie de ángel.
Como buen católico visita todos los días la iglesia a encomendarse a Dios y fue allí donde encontró de rodillas implorando ayuda divina a Doña Janeth Villadiego, una humilde mujer de 72 años que se rebusca la vida vendiendo tintos y mecatos, bajo un frondoso árbol a la orilla de la carretera.
Desde pequeña ha tenido una vida difícil, nació con un problema en sus extremidades inferiores que se agudiza con el paso de los años y le va reduciendo la movilidad. Aunque camina lento, tiene la fuerza del amor y la decisión de seguirla guerreando para solventar las necesidades de un hijo en condición de discapacidad.
Para no dejar caer su pequeño negocio se vio obligada a prestar dinero al interés y eso prácticamente la quebró, pues lo poco que vendía era para pagar la deuda, poco quedaba para la comida y otros gastos.
Dice que cuando empezó con un puesto de dulces, la competencia era poca y los ingresos le alcanzaban para comprar su comida, mantener a su hijo y seguir surtiendo, pero con la pandemia por la Covid-19, la situación cambió y la crisis tocó fondo, ya ni para llenar los termos de tinto tenía.
Aquel punto estratégico donde llegaban los viajeros poco a poco fue desapareciendo ya no había nada para vender, pero la fe de la mujer, permitió al grupo de Policías darse a la tarea de buscar ayuda y entre todos colocaron la base para que ella pudiera volver a surtir su negocio.
Los resultados de las oraciones de Doña Janeth, dieron fruto gracias a la Policía y ahora tiene un “plante” para seguir adelante sin tener que recurrir a los cobra diario.
La alegría de la humilde mujer se notaba a flor de piel, el agradecimiento a Dios lo hizo levantando las manos al cielo y con esas mismas manos curtidas por el avance del tiempo, abrazó con fuerza al patrullero que hizo posible su regreso.
Con lágrimas en los ojos y el pecho hinchado de la emoción, desempolvó un viejo bolso donde celosamente guarda el producido de sus ventas, su primer día fue exitoso, las ventas se movieron y la alegría de “la abuela” vendiendo chicles, galletas, chitos y todo tipo de mecatos, se dibujaba en su rostro mientras despedía a los héroes de aquella solidaria y significativa acción.
Y mientras ellos se alejan, ella se sienta en una vieja silla feliz, pues ahora tiene de nuevo su negocio y las esperanzas renacieron todo gracias a la fe y a un gesto solidario de un patrullero que asegura que nació para servir.