Mompox: Entre la historia y la seguridad

Mompox: Casonas que huelen a nostalgia, con sus techos de antaño guardados en silencio, iglesias centenarias que susurran oraciones, bajo el arrullo del río, murmullo eterno, y el puerto perfumado por el olor a piña fresca, donde el tiempo se detiene para abrazar el alma.

Por. Emilio Gutiérrez Yance

En las calles de Mompox, Bolívar, el tiempo se rinde ante la historia. Los adoquines, que han absorbido siglos de relatos, parecen hablar con el viento, invitando a los visitantes a sumergirse en una ciudad que, como un puente, conecta el ayer con el hoy. La Semana Santa en Mompox es una bella tradición y un momento cuando la fe y la historia se entrelazan, y la ciudad se viste de un manto espiritual que la hace brillar.

Esta ciudad, suspendida durante décadas en el delgado hilo de los recuerdos, despertó como los pueblos de los cuentos que regresan a la vida con un beso. En sus calles empedradas, los gatos dejaron de dormir, las campanas repicaron sin que nadie las tocara, y las flores abrieron sus pétalos en la noche.

Aquí, la seguridad se convierte en un lazo invisible, tejido con precisión, que conecta a habitantes y viajeros, envolviendo a todos en un ambiente de protección y confianza. No se trata solo de patrullar, sino de generar un espacio donde la tranquilidad sea tan natural como el respirar.

Bajo la vigilancia firme pero serena de la Policía Nacional, Mompox se transforma en un refugio donde la devoción se vive con la paz de quienes saben que el orden es tan sagrado como la propia fe. Los gendarmes, con su presencia discreta pero sólida, son guardianes silenciosos que vigilan sin alterar la esencia de la ciudad, permitiendo que los peregrinos se entreguen a la espiritualidad sin reservas.

La planificación que guía la acción policial en Mompox es meticulosa, pero también humana. El coronel Alejandro Reyes Ramírez lidera un equipo que previene el delito y, con una visión integral, asegura que la celebración religiosa sea una experiencia llena de serenidad. La colaboración constante con la comunidad fortalece este vínculo, y juntos construyen un entorno donde lo sagrado y lo seguro coexisten sin fricciones.

Es en este trabajo conjunto, entre la Policía y la gente, donde reside la verdadera esencia de la protección. La seguridad no es impuesta, es compartida. Los agentes no son figuras distantes, sino compañeros que velan por el bienestar de todos, guiando a los visitantes en su viaje por las calles empedradas, como si fueran custodios del alma de Mompox.

Mompox es un destino que se ofrece con generosidad. Sus templos, la arquitectura colonial que respira historia, los restaurantes junto al río Magdalena, y el mágico paseo en ferry entre aves exóticas, componen un paisaje que invita a la reflexión y al disfrute. Pero lo que lo hace verdaderamente único es la seguridad que permite que cada paso, cada bocado, cada mirada, se vivan con libertad.

Aquí, la protección es un concepto serio, una acción que se siente, que se percibe en cada rincón. No hay miedo, solo una certeza profunda de que el lugar está guardado por aquellos que creen en la importancia de cuidar lo que es valioso. En ese cruce entre lo tangible y lo intangible, entre la fe y la seguridad, Mompox revela su rostro más puro: un lugar donde lo viejo y lo nuevo se dan la mano, donde la magia no se desvanece, sino que se hace carne en la tierra, en los ojos y en el corazón de quienes lo viven.

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