
Epígrafe: «El periodismo es el mejor oficio del mundo, porque en su esencia está la vida misma, con sus sombras y su luz»._
— Gabriel García Márquez
Por: Emilio Gutiérrez Yance
Bajo la luna inmensa del Caribe, cuando la ciudad parece dormitar entre la brisa salobre y el eco lejano de un acordeón, Emilio Gutiérrez Yance sigue despierto. Su cuerpo está marcado por el ritmo incansable de las sirenas y el parpadeo del radio policial, pero su alma pertenece a las historias que teje con paciencia de orfebre. En la sombra de la noche, entre el murmullo de la ciudad y la ausencia de quienes se han ido, Emilio encuentra las palabras justas para atrapar la vida en sus crónicas.
El silencio es su gran compañero. Para pensar no está ocupado teniendo la soledad como su fiel compañía, y así de esa manera narrar bellas crónicas adornadas con licencias poéticas.
Su realismo mágico no son para complacer falsas idolatrías, levantar ampollas, o creerse más de lo que siempre ha querido ser: “Una persona ordinaria con una determinación extraordinaria”.

Desde su despacho en el Departamento de Policía de Bolívar, Emilio además de buscar y difundir noticias las esculpe con el rigor de un observador meticuloso. Cada palabra suya es un puente que une a la institución con la comunidad, una hebra de confianza tejida con el hilo de la verdad. Donde otros ven un hecho rutinario, él descubre una historia con alma, una narrativa con cuerpo, un testimonio digno de ser contado.
Su voz, amable y elocuente, viaja a través de las ondas radiales como un viento de tormenta, llevando noticias urgentes, avisos cruciales, relatos de heroísmo y de tragedia. Pero también es el cronista de los silencios, de esos momentos en que la Policía se enfrenta a la cara más dura de la existencia y sigue adelante con la valentía del deber cumplido. Su mirada perspicaz se posa en lo que otros pasan por alto: el gesto fatigado del patrullero tras una noche de operativos, la expresión agradecida de una madre cuyo hijo ha sido rescatado, el inspector que arreglaba por las buenas todos los problemas del pueblo, el hombre al que le faltan sus dos piernas pero aún así conduce un gigantesco camión, la ausencia de un compañero caído, que Emilio convierte en memoria imborrable.

Treinta días al mes, veinticuatro horas al día, Emilio recorre la geografía de su misión con la misma entrega con la que un poeta persigue el verso perfecto. No importa la distancia ni la fatiga; su curiosidad lo empuja a estar donde la historia lo reclama. Ha contado más de trescientas crónicas, cada una como una hija a la que ha dedicado noches de insomnio y días de labor incansable. En cada relato suyo palpita la justicia, la valentía y la integridad de quienes entregan su vida al servicio de la comunidad.
Nacido en el barrio Boston de Santa Marta, con veinte años en la Policía, dieciocho condecoraciones y ciento cinco felicitaciones, Emilio es el guardián de la memoria de sus compañeros. La tinta de su pluma es el testimonio de los que luchan en la sombra, de los que protegen sin esperar aplausos, de los que, como él, comprenden el peso de cada palabra y la fuerza de cada silencio.
Al final del día, cuando las luces de la ciudad titilan y el eco de las sirenas se funde con el murmullo del viento, Emilio se detiene un instante. En la soledad de su escritorio, entre papeles y radios apagados, sabe que mañana habrá otra historia que contar. Y así, como las luces del cine que alguna vez proyectaron sueños en una pantalla blanca, su voz seguirá encendida, iluminando con sus relatos la grandeza y la humanidad de quienes visten el uniforme.